Si los datos económicos y financieros fueran el único factor a la hora de tomar decisiones en las empresas, hoy las mujeres no seguiríamos ocupando apenas un 3% de los puestos directivos de las empresas.
Cuando vamos a tomar una decisión actúan factores conscientes y no conscientes, desde el papel de los estereotipos al proceso de socialización, la influencia de la familia y entorno. La construcción de género nos hace ver una actitud en los hombres como signo de confianza, mientras que en las mujeres se interpreta la misma actitud como desafiante y amenazadora; no es algo que nos detengamos a pensar o analizar, lo hemos aprendido desde la infancia, como aprendimos a andar y correr y no sabríamos decir cual es la velocidad que los diferencia.
Hablamos de percepciones de hombres y mujeres, porque los estereotipos sobre los atributos del liderazgo masculino y femenino son persistentes y compartidos. Los hombres suelen verse como mejores para tomar el mando y resolver problemas; las mujeres se ven mejor en tareas de cuidado y apoyando a otras personas. El resultado es que la dirección de las organizaciones puede asignar distintos grados de efectividad a ciertas conductas de liderazgo basándose exclusivamente en el género.
Lo habitual es que las mujeres sean evaluadas frente al estándar masculino de liderazgo, así que son percibidas como muy blandas o como muy duras, pero nunca en un término adecuado, no gustan; y, si su comportamiento se adecua al estereotipo femenino, son menos competentes para liderar. Esta paradoja es denominada como "Double-Bind Dilemma" por Catalyst: competentes o queridas, el drama de las mujeres.
Este drama, en los tiempos que corren, es un drama para toda la sociedad, porque el tejido empresarial está perdiendo rentabilidad y competitividad por no aplicar de manera eficiciente una herramienta como es el Plan de Igualdad.
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