Nefertiti se considera una de las Faraones más bella de Egipto. Su nombre era Nofretete, que significa "la belleza que nos llegó de allí". Nefertiti era hija de Ay y de su primera esposa, que se estima falleció prematuramente cuando la niña era pequeña. Ay era un noble arraigado en la corte, y muy influyente en los años finales de la dinastía. Con posterioridad, Ay volvió a desposarse nuevamente y tuvo otra hija: Mutnedymet, cuatro años más joven que ella, con quien se crió.
Desde la pubertad Nefertiti era admirada por su belleza; las imagines apreciadas en las pirámides la representan como Diosa, Reina y hábil guerrera. Se casó con Akenatón y no se limitaría a desempeñar el papel de esposa real. El cargo de Gran Esposa Real (Ta hemet nesu) fue detentado por Nefertiti, a quien históricamente se le ha adjudicado una gran belleza física y unas grandes dotes como gobernante. Con ella, la figura de la Gran Esposa Real alcanzó cotas nunca vistas, como lo demuestra el hecho de que haya registros con los nombres de Ajenatón y Nefertiti en cartuchos reales, algo inusual en otros reinados.
Akenatón la asoció al poder y su influencia llegó a ser tan grande que incluso se la llegó a representar con la doble corona. No cabe duda de que tuvo una activa vida política en su país. Podemos verla conduciendo su propio carro, golpeando a sus enemigos con una maza, imágenes todas ellas típicas de los faraones reinantes.
Nefertiti acompañó al faraón en todas las obras que emprendió. Junto a su esposo combatió el politeísmo tradicional egipcio, imponiendo el culto a un Dios único, Atón, identificado con el Sol. La nueva religión fue la primera de la historia en crear el monoteísmo. El faraón cerró los templos tradicionales y privó a muchos sacerdotes de su poder. Se la puede ver no sólo en las inscripciones conmemorativas religiosas en torno al nuevo dios Atón, sino también en otras ceremonias, como recepciones de embajadores extranjeros y funerales; incluso, aparece su imagen grabada en las estelas fundacionales de la nueva capital: Ajetatón.
Como no pudo aportar herederos varones, sus hijas tuvieron que desposarse con los pretendientes masculinos al trono, para darles legitimidad, tanto si eran de sangre real (como era muy probablemente Tutankamón) o meros cortesanos (Ay).
La adoración que el pueblo sentía por ella era grandísima y en ocasiones se la representó como una diosa. Ocupó un lugar destacado tanto en el corazón de Akenatón como en del pueblo.
Su muerte es motivo de controversia. Hacia el año 1352, duodécimo del reinado de Akhenatón, su nombre desaparece de la escena política. Su deceso implicó que Ajenatón eligiese a una de sus hijas para ocupar el puesto de Gran Esposa Real a efectos de poder oficiar los rituales que demandaba la presencia femenina real.
También destacó la figura de Kiya, mencionada como «La amada esposa», esposa secundaria de Ajenatón. Kiya, probablemente, cobró relevancia por haber podido dotar de un hijo varón al rey, el príncipe Tut-anj-Atón, el futuro Tutankamon.
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