No todas las personas somos iguales ante la felicidad, la primera desigualdad es genética, pero eso no significa exista una predeterminación, nada está decidido desde el principio.
El contacto que establecemos durante los primeros meses con las personas que nos rodean, nuestra familia, crea un estilo de relación, una manera de amar. El amor y las experiencias sensoriales no sólo influyen en el temperamento, sino también en el desarrollo del cerebro. Nuestro cerebro se modifica de manera permanente, influido por los afectos y por los sucesos de nuestra existencia.
Si durante la infancia conocemos tanto la tristeza como el apoyo emocional nuestro cerebro estará "abierto", sabrá qué es la esperanza y estará dotado de las herramientas necesarias para afrontar la vida. Pasada la primera infancia, el cerebro pierde su plasticidad inicial, ya tenemos una impresión del mundo, un estilo; los cimientos están hechos , pero el edificio continua en construcción.
Dolor y felicidad siguen caminos muy paralelos; otro tanto se puede decir de los sufrimientos morales, que son procesados por la misma zona del cerebro que se ocupa de los dolores físicos.
Nuestros esquemas mentales nos dictan que la felicidad es lo opuesto a la infelicidad. Pero ambas palabras no designan realidades objetivas, sino representaciones, la sensación de ser feliz o infeliz. Y a neurología sugiere que nuestra percepción del mundo es la que suele darnos una impresión de felicidad o de infelicidad. De manera que una misma situación me hará feliz o infeliz según mi sistema de representación, según mi cosmovisión, según la forma en que se haya producido la intercepción en mi infancia. Y también según el contexto o la cultura del entorno.
Una felicidad sin altibajos puede resultar monótona y aburrida. Para encontrar la felicidad hay que exponerse a la infelicidad. Si queremos ser felices, no debemos huir de la infelicidad a cualquier precio, sino ver cómo podemos sobreponernos a ella.
La vida es como una partida de ajedrez: las primeras jugadas son muy importantes, pero hasta que el juego no ha terminado, quedan por realizar movimientos maestros.
LA FELICIDAD SE APRENDE.
La felicidad se aprende y el aprendizaje es personal. Pasamos y perdemos mucho tiempo de nuestra vida "cimentado" esa felicidad personal tan ansiada con valores establecidos por la sociedad. Esos, en muchas ocasiones, no son nuestros valores.
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